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8. No te rindas, aunque el miedo muerda

ODISEA DEL AUTOR – EL MAESTRO DE LA MANO NEGRA

8. No Te Rindas, Aunque El Miedo Muerda

El grito

Fortaleza…, paciencia…, confianza… serenidad… era mi mantra en los instantes más duros. Fortaleza para asumir el dolor, para resistir y doblegarme como un junco sin quebrarme. Mi imagen en el invierno del 2015 era patética, aunque mantenía la fortaleza…, buceaba en la alegría de luchar y vencer. Por mi sudoración intensa, incluso de día, vestía en el gélido salón de mi casa con una camiseta blanca de tirantas y en mis manos unos guantes, porque estas sí estaban heladas. Junto a mí, una toalla blanca para limpiarme el sudor inagotable y en el respaldo del sillón otra que debía cambiar con frecuencia al quedar empapada en el mes de enero. Perdí cerca de veinte kilos. Al mirar mi cara demacrada observaba cómo envejecía por días, mi rostro adquiría algunos reflejos de la muerte, aunque yo jamás me rendiría. No perdí el escaso pelo que tenía, mis cejas encanecieron y mis pestañas adquirieron unas extrañas irisaciones amarillentas.

Vivía mi segunda pesadilla, cada día con uno o dos ataques repentinos de dolor agudo… Mi mujer, estresada, sufría. Pobre Juan Ruiz, en tu triste odisea real, no novelística, viviste varias pesadillas; al menos quise pensar que, pese a todo, en tus últimos instantes lograste morir con serenidad.

Recuerdo una mañana gris…, que fui con mi amigo vecino a la farmacia cercana. Al salir, a unos tres metros de su coche, me derrumbé, roto en la acera, con un mal punzante que me descomponía. Era consciente de la alarma y la expectación que causaba. Contemplaba la escena de manera externa, como si visualizara una película en la que yo era la persona abatida entre los adoquines. Bien sabía que para salir de allí debía seguir inmovilizado, mantener el sosiego con la ayuda de una respiración pausada y profunda. “Yo soy el capitán de mi vida y el dueño de mi destino”, me decía. Mi vecino, de complexión fuerte, quiso llevarme en brazos… Lo impedí, sabía que debía esperar tranquilo a que la tormenta de dolor amainase hasta que pudiera dar un paso, solo esperar, igual que si quisiera cruzar una avenida plagada de tráfico, debía tener calma, mantener la respiración profunda…

Perdí, por días, hasta mi capacidad de andar, aunque nunca dejé de intentarlo. Si mi filosofía y fuerza mental no me hubiesen acompañado, junto al cariño de mi mujer, mi familia y amigos, yo no lo hubiese superado. Hay que normalizar y dignificar la muerte, sin ocultarla ni dar pie a tristes agonías. La elegancia del adiós, como diría Pablo D’Ors, escritor y sacerdote católico que asistió a personas en su trance final. Morir con serenidad; incluso, si es posible, con una sonrisa de agradecimiento y de reconocimiento a la vida.

No te rindas, por favor no cedas,
aunque el frio queme,
aunque el miedo muerda,
aunque el sol se ponga y se calle el viento.
Aún hay fuego en tu alma,
aún hay vida en tus sueños,
porque cada día es un comienzo nuevo,
porque esta es la hora y el mejor momento.

Adaptación del poema No te rindas atribuido a Mario Benedetti.

                                                                                                                  Carlos Algora

2020-07-06T10:02:34+02:00 21 junio, 2020|Noticias, Odisea del Autor|0 Comments