Caminar es la actividad física más ancestral desde que alcanzamos la posición bípeda.
Si lo hacemos en espacios naturales, nos fortalecerá el ánimo y la salud. Nos acercará a los ciclos de la naturaleza.
Como senderista, he disfrutado al empaparme de los colores y olores de la tierra, de la melodía que exhalan los bosques, del susurro de las hojas, del sabor de las setas, las castañas, las bellotas…
Me he sentido traspasar con la fuerza y la energía de la naturaleza al abrazarme a un viejo árbol.
Si he iniciado el sendero con ansiedad o melancolía, este ha sido para mí como un tónico que ha sanado mi espíritu.
He practicado, sin saberlo, Shinrin yoku, un ritual japonés que significa “baños del bosque”. Es caminar en actitud contemplativa y de admiración de la belleza natural.
La devoción por la hermosura natural ayuda a nuestra mente a entrar en estado alfa, que exalta el espíritu y nos aleja del desasosiego.
También se hace camino al andar, como decía Machado; el ser humano, como ser espiritual, aspira en su vida a una senda de crecimiento interior y autoconocimiento.
Desde hace unos meses he aprendido a caminar y meditar. En Sevilla conocimos a unos monjes budistas de la comunidad Plum Village (Francia), tratamos de seguir sus prácticas de meditar caminando.
Caminamos más lentos, tenemos que seducir a nuestra mente para aquietarla, saborear cada paso con una respiración armónica y relajada.
Caminamos con paz y alegría. Dibujamos una sonrisa en nuestra cara.
Acariciamos con nuestros pies la madre Tierra. No hay pasado ni futuro que nos inquieten.
Somos presente, con nuestros pies besamos la tierra. Sentimos paz y dicha.
Sentimos la brisa que nos envuelve, a cada paso nos anclamos más a la madre Tierra.
Somos naturaleza viva, escuchamos a la madre Tierra. Queremos dar todo nuestro amor, ningún ruido nos perturba.
Caminamos agradecidos porque estamos vivos.
Queremos caminar para fortalecer la serenidad interior y anhelamos la paz del planeta.
Somos solidarios con los que sufren… Somos amor que nos proyectamos…
Ajustamos los pasos a la respiración. Escuchamos el aire que llena nuestros pulmones y damos dos o tres pasos. Atendemos el aire que sale y avanzamos.
Buscamos un equilibrio y un ritmo sin forzar la respiración según el fuelle de nuestros pulmones. Cada paso es un gozo.
El contar al principio nos puede ayudar a caminar con conciencia plena sin que nos asalten pensamientos extraños.
No quiero caminar con estrés, ni prisas ni con una mente inquieta que me angustie.
No quiero caminar como un zombi, envuelto en pensamientos que saltan como una ardilla temerosa de árbol en árbol.
No deseo la cháchara mental que me impide ver la belleza que me envuelve ni apreciar el gozo de andar.
Soy tierra, partícula cósmica que me conecto con la madre Tierra y el Universo. No busco ningún fin ni tan siquiera una meta fija. Solo caminar con plena consciencia y goce.
Al principio soy como un bebé inseguro que da sus primeros pasos. Sigo el ritmo de la respiración con confianza.
Dibujo una sonrisa, con la práctica esta brotará de mi manantial interior. Con la práctica mis pulmones se fortalecerán.
Visualizo y siento la gran alegría de mi sanación:
Camino acariciado por la luz del sol.
Sin penas, ni enfermedad ni miedos.
Con una sonrisa ancha.
Con una paz y serenidad que empapan todo mi ser.
Carlos Algora