A mi nieto, en su cuarto cumpleaños.
―¡JA! ¡JA! ¡JA!
La risa y la imagen contemplada a través del ordenador eran inconfundibles. Goliat el Malus, subido en un meteorito, se dirigía a gran velocidad para colisionar con la Tierra.
Leo y sus amigos, en la estación terrestre de vigilancia, no dudaron. Alertaron a los Cementoman, guardias espaciales adiestrados para luchar contra Goliat y sus hijos requetemalos.
Los Cementoman tenían sus esqueletos reforzados por el doctor Cifrianus y portaban escudos protectores diseñados por la doctora Tenus, investigadora en una galaxia lejana.
Entre los Cementoman destacaban Superdavid, joven capitán intrépido, y el veterano Charli, viejo para la lucha y experimentado para sobrevivir.
―¡JA! ¡JA! ¡JA! ―resonaba cada vez más cercana la risa del malvado Goliat el Malus―. Invadiré el planeta con mis hijos paragangliomas que no detectan los radares terrestres.
Leo y sus amigos recibieron con vítores a los dos Cementoman. Entre ellos no estaba la heroína Mariajo, la única Cementowoman.
Mariajo había cedido sus poderes mágicos a sus amigos antes de viajar con la luna llena y desintegrarse en el Arcoíris.
―Goliat no sabe aún que lo hemos descubierto ―explicó Leo a los guardianes―, sigue pensando que puede engañar a todos los científicos terrestres.
―No te preocupes, Leo, lo venceremos. Estamos preparados para volar con la propulsión a chorro somatulínica. ¡Allá vamos, Goliat!
Con los brazos extendidos en sus trajes espaciales iniciaron su vertiginoso despegue como cohetes humanos.
―Superdavid, debemos desviar el meteorito antes de que entre en la atmósfera terrestre, después será demasiado tarde.
―No te preocupes, Charli, así se hará. Lo desviaremos antes de que se convierta en una bola de fuego que caiga sobre la Tierra y expanda a sus hijos requetemalos.
―¡JA! ¡JA! ¡JA! ―resonaba de nuevo la risa perversa de Goliat el Malus en los monitores de la estación terrestre.
―Esqueletos de cemento reforzado, preparados para el choque. ¡Allá vamos, Goliat!
El impacto fue terrible y levantó una nebulosa de polvo.
―¡Ahhhhh! ¡No me lo puedo creer! ―vociferaba sorprendido Goliat el Malus―. Me han descubierto… Convertiré vuestros huesos en cristal con mis rayos de fotones metastásicos.
―El muy estúpido no sabe que hemos sido reforzados por el doctor Cifrianus, que ha reparado nuestras lesiones.
―Malditos humanos, yo tengo más poderes que vosotros. ¡JA! ¡JA! ¡JA!
―¡Cuidado! Nos lanza ahora sus ventosas en busca de nuestra sangre. Detectan nuestras carótidas o la aorta a distancia. ¡Escudo de metayodo activado! ―alertó Superdavid.
―¡Escudo de temodal activado! ―gritó Charli.
―Aguanta, Charli, Goliat está furioso. Nuestros viejos escudos al recalentarse crean una nube tóxica a nuestro alrededor.
―Lo sé, aprendí mucho de Mariajo. Desde el Arcoíris ella nos anima. Nunca olvidaré que se desintegró a consecuencia de la nube tóxica que le creó su escudo luteciano.
―Nuestros científicos tienen que investigar para vencer los terribles rayos metastásicos de los paragangliomas.
Ambos luchadores sabían que no era el momento de lamentarse, sino de enfrentarse cara a cara con el enemigo.
―¡Goliat, no te saldrás con la tuya! ¡Turbo somatulínico con fuerza pedorreica uno, activado! ¡Rayos Gamma, activados! ―exclamó el valiente Superdavid.
―¡Auuuuu! ―aullaba de rabia Goliat al ver cómo el joven Cementoman, acompañado del viejo Charli, desviaban la trayectoria del meteorito a una órbita lejana a la Tierra.
Leo y sus amigos, que contemplaban la lucha desde el ordenador interespacial en la estación terrestre aplaudían entusiasmados.
El traicionero Goliat, al sentirse perdido, saltó de su meteorito que se alejaba con sus hijos para enfrentarse a los Cementoman.
Goliat también sabía que los escudos protectores de los guardianes eran débiles y creaban una nube toxica que podía acabar con ellos.
Jamás se vio en el cielo una lucha por la vida como la del traicionero Goliat y los intrépidos guardianes debilitados porque sus escudos se vencían.
Goliat disparaba los fotones metastásicos y lanzaba sus ventosas a traición, causando lesiones internas a los guardianes.
Los Cementoman, heridos, esquivaban la mayoría de los ataques con malabarismos y saltos acrobáticos en el aire, gracias a la ausencia de la fuerza de gravedad.
Goliat sabía que si vencía al joven Cementoman que disparaba con sus rayos gamma, ganaría la terrible disputa.
―¡Resiste, amigo! ―gritó el viejo Charli al comprender las intenciones del perverso Goliat―. ¡Confía en tu destino, nunca te rindas, el tiempo juega a nuestro favor! ¡Y venceremos, aunque la lucha sea larga!
Carlos Algora
(Continuará, como en los cómics.)