La vida no es perfecta, las personas somos imperfectas, pero vivir es maravilloso.
Que la dificultad nunca nos impida ver la belleza, la luz o las estrellas.
Afortunados somos solo por el hecho de existir fruto de una extraordinaria providencia.
Debemos recordar lo que nos reconforta y no solemos valorar. Desde poder caminar, ver, querer… hasta todo nuestro universo positivo.
Debemos ser conscientes: lo que nos perturba o de lo que carecemos depende de cómo lo afrontemos.
La aceptación de nuestras realidades y la fragilidad de la vida con sus aristas más agudas nos harán asimilar nuestras limitaciones, la vejez, la muerte….
La temporalidad y la fugacidad de la existencia nos motivan más a saborear la vida, a no enredarnos en estúpidas disputas que solo importan a nuestro ego. Nos motivan a apreciar lo hermoso y bello de cuanto nos rodea, de lo elemental y cotidiano, desde una sencilla flor hasta un árbol majestuoso.
Nuestra pena no debe quedar dentro, ni disimularla, hay que aflorarla… Llorar, si es necesario, hasta secar la angustia que llevamos dentro.
Una buena amiga me enseñó que la basura interior hay que sacarla fuera todos los días, sin guardarla y sin lastimar a otras personas.
Si caemos, como humanos que somos, desahogamos nuestro pesar para levantarnos, sacudirnos el polvo y seguir caminando.
La alternativa es clara: no empantanarnos en las tristezas, tomar aire y renovarnos para seguir caminando.
Mientras, dibujamos en la cara una nueva sonrisa y, cuando ya se nos haya borrado, volvemos a trazar otra nueva, como la pintaría un niño, de oreja a oreja.
Carlos Algora